La gente del '¡Déjate de eso!'
En el ir y venir de los mensajes, un argumento especÃfico de los que se opusieron a mi texto fue que nosotros, los creyentes, no debemos participar de "discusiones inútiles", debatiendo puntos de vista diferentes. En vez de eso, dijeron, tenemos que preocuparnos en trabajar para el Reino, predicando Cristo a los perdidos y dejando de lado eventuales formas conflictivas de pensamiento.
Inicialmente, este argumento parece muy piadoso. Nos hace imaginar el rostro y la voz de quien lo pronuncia totalmente afectado por las marcas de la docilidad y la blandura, reflejando profundo amor por la paz, por la unión y por el bien del evangelio. ¡Casi da ganas de llorar! Sin embargo, si ponemos este discurso bajo las lentes de las Escrituras (como siempre debemos hacer), veremos que es erróneo y peligroso, porque censura el deber de corrección y amonestación dado a los guardianes de la santÃsima fe.
De hecho, la Biblia está repleta de evidencias de que los hombres de Dios incluyeron en su Ministerio la tarea de atacar la mentira, a fin de promover la Sana Doctrina y la corrección del comportamiento. Todos los profetas del Antiguo Testamento hicieron eso y con los Santos del Nuevo Testamento no fue diferente. Nótese que este combate al error no era dirigido sólo a los falsos maestros de afuera de la iglesia, sino también a aquellos que, en los campamentos del pueblo de Dios, decÃan o hacÃan cosas contrarias a lo que el Señor habÃa revelado.
Fue asà como Pablo censuró a algunos maestros de la iglesia de Corinto que decÃan que no habÃa resurrección (1Cor 15.12); llamó de ministros del diablo a los falsos apóstoles que se habÃan infiltrado en las iglesias de esa misma ciudad (2Cor 11.13-15); se opuso a algunos doctores, que pertenecÃan a las iglesias de Galacia, cuando comenzaron a enseñar otro evangelio, marcado por el legalismo (Gál 5.11-12); y ahuyentó un tal de Himeneo que habÃa abandonado la predicación apostólica junto con otros dos embusteros: Alejandro y Fileto (1Tm 1.19-20; 2Tm 2.17-18).
Santiago también protestó contra personas de la iglesia cuando algunas de ellas comenzaron a enseñar una forma de fe disociada de una buena conducta (Stg 2.20). Juan hizo lo mismo en su tercera epÃstola, censurando un lÃder eclesiástico llamado Diótrefes, que se oponÃa a la enseñanza y a las amonestaciones del antiguo discÃpulo de Jesús (3Jn 9,10). Finalmente, en Apocalipsis, el mismo Señor elogia el trabajo del pastor de Éfeso por haber demostrado públicamente que algunos maestros que se decÃan cristianos eran mentirosos libertinos (Ap 2.2).
Todos estos ejemplos muestran que la tarea de atacar el error, incluso de personas de dentro de la iglesia, es tarea que vale la pena, loable y a menudo necesaria. Esta tarea en nada perturba el servicio del Reino. A decir verdad, compone este servicio, siendo una de las facetas más importantes y nobles del ministerio cristiano.
La hermana Norma Braga resumió eso de manera muy inteligente. En uno de los mensajes enviados al blog de la Editora Fiel, que también publicó mi artÃculo, ella escribió lo siguiente: "... esa gente del ‘déjate de eso’ ciertamente se horrorizarÃa con la predicación nada "light" de Juan el Bautista, pasarÃa la mano sobre la cabeza de Pedro cuando Pablo le reprendió duramente sobre los judÃos, quedarÃa con penita de los fariseos en las diversas ocasiones en que Jesús les insultó (¡de vÃboras e hipócritas!)… Para ellos, un consejo: remplacen el amorrrrrrrrr polÃticamente correcto por el amor bÃblico, que pasa, sÃ, por la reprensión en la Palabra."
Marcos Granconato
Soli Deo gloria